A veces merece la pena hacer un alto en el camino.

Pararte para pensar: de dónde venimos. Dónde estamos. Y hacia dónde vamos.

Esto nos pasó hace poco más de un mes. Cuando entregamos un ramo de novia, a una novia y su padre. Atónitos, nosotros. Viendo la sonrisas de ambos bañadas por lágrimas que caían a raudales. Como dos torrentes en sus rostros, tan tristes como alegres. Recogiendo el ramo, la novia y apretándolo contra su pecho. Con la mano de un padre, en su hombro, que irradiaba fuerza, mientras temblaba.

“No me creo que haya llegado el día”. –Dijo el padre.

Y rompió a llorar por emoción, por puro dolor y por pura alegría.

Nos concedieron el privilegio de asistir a tan tierna escena familiar. Y, en parte, por sentirnos casi responsables de haber roto el dique que contenía esos torrentes de lágrimas. Y que conste que su llanto sonriente era contagioso. Su dolor relajado. Esa pena brillante que llenaba de presencia, la inminente ausencia. Nos arrastraron hacia un mundo de emociones que no sabríamos describir sin revivirla y que nos estrujó el corazón, para bien, por amor, al comprender que nosotros no éramos el motivo de tantas emociones contenidas. Pero sí el detonante para que afloraran, y nunca mejor usado el término, “aflorar”; pues fueron las flores, que no nosotros, las que ablandaron los corazones de los presentes.

El día en que su hija volaría del nido. El día en que esa niña dejaría de ser hija y se convertía en esposa. El día en que el hogar, para ese padre, sería menos hogar… pues le faltaría la lumbre que templaba su corazón desde el día en que la miró por primera vez, en sus brazos con los ojos fijos en él descubriendo el mundo. Un mundo en el que ahora se adentra en solitario, o con su futuro marido…

Un padre feliz, emocionado y desencajado, hasta que las tiernas manos de su esposa, la madre de nuestra protagonista, lo acogieron y abrazaron para hacerle comprender que es Ley de vida y que juntos, como padres, habían hecho un gran trabajo formando y educando a esa niña que ya era mujer y, en pocas horas, dormiría por primera vez bajo otro techo, en su nuevo hogar para crear una nueva familia…

Se nos humedece el lacrimal al recordarlo.

Hoy estábamos pensando en si hablaros de esto o de aquello. En si retomábamos los ramos de novia de flores preservadas o los ramos de novia naturales

Pero al final comprendimos que sería bonito compartir esta experiencia, previo consentimiento de los protagonistas. Sin mencionar sus nombres, velando por su intimidad y su privacidad. Pero sí aprovechado este rinconcito para darles las gracias por habernos permitido vivir una experiencia tan íntima como la que compartieron con nosotros. Conmovidos por saber que fueron nuestras flores las que unieron a ese padre y a esa hija en un llanto que, a través del ramo de novia significaba que la hija volaba del nido y el padre se aferraba a los recuerdos y la dejaba marchar, para iniciar su nueva vida, con el amor de su vida.