Cuando tienes la suerte de decorar bodas descubres que hay un momento mágico. No un instante, sino una temporada, que no tiene parangón.

Hablamos del verano y de las bodas que decoramos en esta estación. Fijaros que bodas las hay todo el año. Y que las novias irradian felicidad en cualquier estación, cualquier mes y cualquier día del año. Pero el verano… El verano tiene algo especial, o como decía el genio en Aladino, tienen… “un no sé qué, que qué sé yo”.

El verano es un momento en el que se alinean los astros. Se ponen de acuerdo las musas y la gracia lo es, desde que sale el sol hasta que se pone. Y en ese marco, sea urbano o rústico, en interior o exterior… la boda alcanza su máxima expresión.

Los tocados y pamelas, así como los complementos, causan furor enmarcando rostros que, por lo general, y porque estamos en verano, están dorados y llenos de color natural. Rostros, hombros, brazos cobrizos y atemperados, hasta en los novios lo podemos apreciar, embutidos como van, de los pies al cuello, lo poco que les queda por mostrar, sus manos y sus rostros, también está bañados en sol.

Una boda exterior, en verano, no es que luzca mejor, es que irradia luz propia. Esto sirve si hablamos de las ceremonias, tanto como si hablamos del banquete. Sea como sea, y lo que sea, lo uno y lo otro parecen estar concebidos para ser gozados, vividos y disfrutados en verano.

Hasta la decoración para el coche de la novia parece lucir más, si bien éste último, salvo que sea descapotable, sería un elemento intrínsecamente atemporal y quizás el menos estacional.

Los ramos de novia, sean ramos de novia naturales o ramos de novia preservados ofrecen tal variedad, tal gama de colores y de texturas que convierten en exultante el ramo y se proyectan en la sonrisa imborrable y en la mirada entrañable de las grandes protagonistas en toda boda: las novias.